La realidad es que ya son más de las dos de la madrugada y estoy abusando de la melancolía y puteando a mi sueño, que me ruega que cierre de una vez los ojos. Mis ojos derrotados por el insomnio. Estoy escuchando una canción tras otra de este grupo de reyes noruegos que hablan de qué es conveniente y qué no. Últimamente, se han empeñado en secuestrar mis oídos (what we build is bigger than the sum of two). La realidad es que pienso en ti, en ti y en ti. Y me rallo, como los vinilos envueltos en polvo de aquella tienda de discos; la de la calle que desemboca en el Guadalquivir. Como conductor, estoy enganchado a las curvas, pero sigo con la "L" en el cristal trasero. ¿Cómo no estrellarse entonces? Como peatón, sé que fuera hay aceras, pasos de cebra y semáforos con pequeños hombres verdes, pero yo me empeño en cruzar por el medio.
El otro día le dieron el Premio Príncipe de Asturias de las Letras a Antonio Muñoz Molina. Hoy descubierto su autorretrato , que es emocionante, sencillo y hermoso. Muñoz Molina es de Úbeda, un andaluz de Jaén. Al leerlo, me ha parecido escuchar de nuevo historias de mi padre, vivencias de mi abuelo Alfonso y de otros miembros de mi familia, que son de allí o de otros pueblos de Jaén. Vivencias que son mías también. Mi relación literaria con Muñoz Molina empieza un invierno en Lisboa. Me abrigué mucho con sus páginas. Luego me he puesto su ropa otras veces. Sea invierno o sea verano, en columnas o en novelas. Mi padre siempre me ha hablado de él con admiración y con cariño. Recuerdo una vez, cuando chico, que nos lo encontramos en Úbeda en los soportales donde vendían los muñecos de goma que tanto me gustaba coleccionar. Eso me ha traído otros recuerdos. En mi trastero de Córdoba, ciudad donde nací y me crié, viven ahora todos los muñecos de mi infancia: Astérix, Espinete, S...
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(el jueves beberemos lo que haga falta)