Estaba en Madrid. Tenía un trabajo bonito y mal pagado. Vivía rodeado de libros, de viejas y de nuevas historias. Esa tarde era un parque y primavera. Una llamada cerró el parque y nubló el cielo. No quiero escribir aquí sobre las lágrimas que recorrieron aquel trayecto de vuelta a casa. Me niego. Yo escribo aquí sobre el río de generosidad que se desbordaba siempre a tu paso. Me gustaría hablar también de la lluvia. En tu casa diluviaban besos. Yo he crecido regado por tu cariño y tu alegría. Han pasado seis años y tu río no se seca porque siempre llueves, abuela. Me gustaría mucho decirte que soy feliz y que mañana, después de misa con zapatos nuevos, iremos todos juntos a comer croquetas.
La guarida de los náufragos ©