Los viajeros descalzos llenan los trenes en invierno, son marionetas que vagan sin rumbo, huyen como el hombre con miedo que incumple sus promesas. Les atormentan las miradas y los recuerdos nocturnos y tramposos. Su travesía intrusa por el vagón de los sueños se esfuma cuando llueve y dejan de sonar las melodías de Hardy. Su deseo se enfría y les escuecen las heridas, recuerdan aquellas viejas cartas de arena que se perdieron al cambiar de estación. Los viajeros descalzos desconfían del tiempo, tiran los relojes por la parte trasera de su asiento y se pierden junto con las letras arrugadas de sus diarios. Su desconfianza les condena a vivir presos del insomnio. Su trayecto es un verso que confunde amistad y placer como ocurre en los poemas que se escriben durante las calurosas noches de verano. Los viajeros descalzos dan vueltas en un carrusel de identidades, no aprenden a pasar página e imaginan minimundos donde son posibles los reencuentros: En París, en Bellecour, en Córdoba, en Br...