
Algunas veces, la cosa más insignificante puede tener mucho sentido para alguien. El otro día me comí una naranja y pensé en tantas cosas...
Aquí estamos tú y yo frente a frente. Tú coloreaste mi infancia. Me encantaba el color naranja, y las naranjas. El zumo que mi abuelo hacía con ellas para que comiésemos fruta. Recuerdo que se levantaba antes de la mesa, no terminaba de comer siquiera para tener listo el líquido orange para todos sus seres queridos. Después, siempre decía: “Bébetelo pronto, que se le van las vitaminas”.
¡Ay, naranja! Me vienen a la mente muchas cosas nimias y tontas: mi color preferido (en mis dibujos infantiles predominaba lo naranja), mi camiseta naranja (sí, esa camiseta que te quieres poner siempre aunque esté sucia o sudada), Naranjito (son los años 80).
Pero ahora mismo te miro y te veo con ojos distintos. Dada mi situación me viene a la cabeza el diario de mi media naranja. La ausencia de amor me hace pensar en ti, en tus pequeños pechos redondos que tantas veces acaricié con mis dedos sinuosamente. Cuantos momentos de placer cuando mis labios se deslizaban por ellos. Azahar, puro azahar. Azar, puro azar. Sabes que te quería. Y aún sabes más, sabes que te quiero.
Veo la piel, puntilleada levemente, y recuerdo cuando te desnudaba despacio e imaginaba contigo un montón de fantasías que, a los pocos segundos, hacíamos realidad. Ahora sólo te desnudo con mi imaginación, cada vez que mondo una naranja. No es lo mismo. Ambos lo sabemos. Por eso, no te puedes ni imaginar cuanto anhelo exprimirte de nuevo en mis brazos. Sacarte el máximo jugo y saborearlo a tu lado, siempre a tu lado. Desmenuzarte en cuantos gajos haga falta, no volver a desperdiciarte. Y comerme hasta los huesos que me encuentre en el camino.
No puedo olvidarme de ti, eres una fruta perenne. Ojalá fueses caduca, pienso a veces, aunque en realidad no me crea lo que digo. La casa siempre está impregnada de ti, de tu aroma. No sólo la casa, también la calle, la primavera, el otoño, el invierno, el verano, la nevera, el frutero, el árbol que veo a través de la ventana. Dónde más ha penetrado esa visión, ese aroma, es en mi mente, en mi subconsciente, en mi inconsciente. Y eso me preocupa. Me preocupa porque tú ya no eres la naranja dulce que fuiste. Tú ahora tienes ese sabor agridulce de las primeras naranjas de la temporada. Aún así me gustas.
Efectivamente, lo has conseguido. Has logrado cambiar la historia del Edén, le has dado un vuelco a mi particular visión de lo que ocurrió en el paraíso. La serpiente no le dio a Eva una manzana. Le dio una naranja. Y ahora estoy sólo, “adanizado”, porque tú eres para mí lo prohibido, lo inalcanzable. Y quiero pecar, no lo dudes, pero tú no me dejas.
Gracias a ti, yo sólo soy un zumo al que se le han ido las vitaminas.
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