Ir al contenido principal

El Hotel Girao


Fachada del Hotel Girao. Cuito, Angola. Julio 2015. Foto: Alfon Cobo.


Cada vez que pasaba frente al Hotel Girao

me detenía a mirar sus heridas,

me gustaba imaginar sus historias

de antes, durante y después de la guerra,

hacerme preguntas sobre las historias de vida y de muerte

que sucedieron en sus habitaciones y desde sus habitaciones:

secretos, amores, reuniones, infidelidades,

soledad, crímenes, traiciones, encuentros, desencuentros…

¿cómo era la vida de los huéspedes y trabajadores del hotel

en la antigua Silva Porto?

¿serían los trabajadores esclavos de los colonos portugueses?

¿o fueron felices y abrían con orgullo la puerta a los clientes del hotel?

¿y cuando estalló la guerra, qué pasó?

¿en qué momento fue tomado el hotel? ¿Por qué bando?

¿Quién asesinó desde sus ventanas? ¿Quién fue asesinado?

Está claro que, durante la guerra, el horror y la muerte se quedaron

con la mejor habitación, con las mejores vistas.

Es probable que, tras la guerra, la muerte abandonase el hotel

y que, pronto, aparecieran nuevos clientes incómodos

como la desolación, la destrucción, el olvido

No busco certezas en las respuestas

pero me gustaba hacerle muchas preguntas al Hotel Girao

en mis paseos por Cuito,

escuchar ecos y voces imaginarias que me contaban historias

de este edificio desnudo, agujereado y abandonado

pero que aún hoy conserva,

con cierto lustre y –pareciera incluso- que con orgullo,

su viejo letrero de los años sesenta.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El poeta puede

El poeta puede ver el beso medio lleno o medio vacío El poeta lima El poeta lame El poeta no tiene lema El poeta le busca todas las vueltas a Roma rema que te rema rima que te rima de ramo en ramo El poeta puede volar por los aires y estrellarse en el cielo. Acaso entonces se da cuenta: su poema ha llegado a su ocaso.

Facebook

Veo en un pequeño recuadro que ahora eres amiga de Brian y Marcella y que a las nueve de este otoño irás a beber melancolía de once grados con Luis. Descubro que te gusta pisar los charcos cuando llueve y que detestas los inviernos en abril. Aunque ya no hablo contigo, conozco tu ciudad actual y recuerdo cuál fue tu origen, que cumples años en diciembre y te gusta prender fuego al calendario si te arrastra la nostalgia en primavera. Últimamente has viajado a Lisboa, intuyo que te mecen los tranvías y te seducen los viejos cafés color sepia. Lo sé por tu fotografía en aquella calle de Bruselas, donde Magritte fumaba en pipa dorada. Sueles cambiar de cara a menudo, me divierten tus gafas de sol en noviembre y disfruto con tu colección de sonrisas o el último vestido azul que guardas en tu perfil. Vuelves a estar soltera, aunque te acompañan ciento veinte comentarios por debajo dándote ánimos y diciendo que él era un idiota. Aún tiritas cuando alguien te habla del pasado. Por eso has borr...

Una historia-estufa (invierno en Madrid)

Me apetece contarte una historia que te abrigue este invierno. Una historia-estufa que te arrope en una oscura tarde de diciembre en Tribunal o en un frío amanecer de enero en Noviciado. Quiero escribirte una historia con mis guantes y bufandas cobijándote del frío mientras esperas el autobús de vuelta a casa en Atocha. Podría quizás susurrarte una historia de osos, que hibernan en cuevas secretas, ajenas a los túneles del metro de Bambú. Me apetece soplarte (vapor, vapor) si tus dedos se congelan esperando al semáforo en verde en Gran Vía. Me apetece contártelas, pero no sé por dónde empezar. Mientras lo pienso, escucho al termómetro estornudar por la llegada de los números pequeños en la próxima estación.