Ella entró acompañada y se sentó con su amigo más fiel. Tras acomodarse en el tren, empezó a leer un libro. Mientras, por la ventana, la Costa Azul se despedía a nuestros pies tras unos días disfrutando de su ambiente casi veraniego. Fue entonces cuando yo empecé a pensar en la suerte que tenía de disfrutar de ese paisaje con toda su intensidad: con la vista, con el olfato, con el tacto. Cómo sentiría ella un día de playa, un paseo al anochecer por el Viejo Puerto de Marsella. Cómo sentiría ella una visita al paraíso perdido de Les Calanques, en lo más profundo de la naturaleza marsellesa. Sí, me preguntaba cómo dibujaría ella en su mente todas esas cosas y, al ver su cara de felicidad, sabía que podía sentir casi como yo las cascadas en el parque de Niza, el susurro de las olas en sus playas repletas de piedras, el murmullo de la gente en las calles del Vieux Nice, los besos escondidos de dos enamorados. Ella podía oler el pescado fresco del mercado o saborear un helado tras un almuerzo. Cuando paramos en Toulon, una de las ciudades que atraviesa el tren destino Lyon, ella dejó de leer su libro en braile y, siempre acompañada por su fiel perro guía, se bajó del vagón. Atrás quedaban unas horas en las que ella y yo habíamos compartido el paisaje. Era su paisaje, era mi paisaje y los dos, de alguna u otra forma, lo habíamos sabido disfrutar.
Ella entró acompañada y se sentó con su amigo más fiel. Tras acomodarse en el tren, empezó a leer un libro. Mientras, por la ventana, la Costa Azul se despedía a nuestros pies tras unos días disfrutando de su ambiente casi veraniego. Fue entonces cuando yo empecé a pensar en la suerte que tenía de disfrutar de ese paisaje con toda su intensidad: con la vista, con el olfato, con el tacto. Cómo sentiría ella un día de playa, un paseo al anochecer por el Viejo Puerto de Marsella. Cómo sentiría ella una visita al paraíso perdido de Les Calanques, en lo más profundo de la naturaleza marsellesa. Sí, me preguntaba cómo dibujaría ella en su mente todas esas cosas y, al ver su cara de felicidad, sabía que podía sentir casi como yo las cascadas en el parque de Niza, el susurro de las olas en sus playas repletas de piedras, el murmullo de la gente en las calles del Vieux Nice, los besos escondidos de dos enamorados. Ella podía oler el pescado fresco del mercado o saborear un helado tras un almuerzo. Cuando paramos en Toulon, una de las ciudades que atraviesa el tren destino Lyon, ella dejó de leer su libro en braile y, siempre acompañada por su fiel perro guía, se bajó del vagón. Atrás quedaban unas horas en las que ella y yo habíamos compartido el paisaje. Era su paisaje, era mi paisaje y los dos, de alguna u otra forma, lo habíamos sabido disfrutar.
Comentarios
besos de verano!!!
te debo actualización...
besos de tormenta de verano