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En los tejados


Esta noche tocaba subirse a las alturas. Tras cuatro meses en Lyon, nunca me había parado a pensar que es posible convertirse en un felino más y merodear por los tejados. Y, por qué no, saltar de casa en casa como el desollinador de Mary Poppins. Si subes a la parte alta del monte de la Croix Rousse puedes ver siete ventanas, rodeadas de chimeneas y tejas, puedes ver también un río (el Saone). Si te fijas un poco más detenidamente puedes ver a un joven que decidió probar una aventura que se tornó en realidad allá por el mes de septiembre. Amanece cada día y ve el cielo, unas veces azul, otras gris; unas veces escucha caer el sonido de la lluvia como si el diluvio universal pidiese una segunda oportunidad y, a veces, por sorpresa, se despierta vestido de blanco. Y cuando anochece, las estrellas se empeñan en secuestrar a la oscuridad, hasta que ésta escapa del cauitiverio y el joven cierra los ojos. Después, sueña... Y dentro del sueño, el joven estudiante erasmus puede ver tantas cosas a través de esas siete ventanas: descubre países, viaja, aprende nuevos idiomas y otras formas de vida, se desprende de estereotipos, se equivoca, acierta, duda... Además, una de esas siete ventanas también le sirve para ver a la gente que ha dejado atrás por una temporada y que tanto le ha servido, sirve y servirá.
Todo esto puede pasar por la cabeza de uno cuando vives tan cerca de las nubes, cuando vives en los tejados...

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