El día comenzó sin ser día. Cuando aún las luces no habían sido encendidas en el pequeño pueblo, el primer tren ya iniciaba su camino. Tras una espera de una hora, otro tren, ya con las luces del día dadas, arrancó hasta llegar a la capital parisina. Allí, tras dejar las maletas en la consigna de la estación de Montparnasse, el viajero decidió visitar la casa de unos viejos conocidos. Era una gélida mañana y los cuervos revoloteaban libres y felices en aquel lugar. El resto era silencio. Silencio paradójico en la casa donde sus habitantes tan bien habían hablado antes de quedarse en el recuerdo de una lápida, en el recuerdo de sus versos, de sus obras. Sin embargo, si agudizabas los sentidos, allí podías sentir el aroma de las flores del mal, el desorden ordenado de Rayuela o las melodías sensuales de Gainsbourg: "Je suis venu te dire que je m´en vais". Y el viajero se va, se va volando en busca de tierras más cálidas. Aunque el vuelo se hace esperar mucho, mucho, mucho. El v...
La guarida de los náufragos ©