El mar arrancaba con fuerza las láminas del pintor, los óleos de acuarela se llenaban de sal mientras el dibujo se difuminaba. Los pinceles intentaban dar un último toque empujados por las espumosas olas. La sonrisa de la Gioconda desapareció, El Grito se quedó callado, y más tarde, encallado; se perdieron los últimos restos de la Última Cena, los apóstoles se aferraban a cualquier hilo de vida para no perecer ahogados (al parecer, sólo Judas se salvó). Volaba el tiempo, volaba, los relojes de Dalí se perdían en las profundidades. La mar coloreada se calmó poco a poco. Al día siguiente, ella se desmayó en la orilla de la pinacoteca. Tenía una carta en la mano que decía: no puedo besarte, no puedo abrazarte, ni mirarte, ni tampoco tocarte.
Mientras, en el kiosko de la esquina, el periódico de la mañana decía en primera plana: "Las principales obras de arte desaparecen en las profundidades del océano Pacífico"
Mientras, en el kiosko de la esquina, el periódico de la mañana decía en primera plana: "Las principales obras de arte desaparecen en las profundidades del océano Pacífico"
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